I.
Tú plantabas corazones de seda junto al tiempo
-Largas niñas lustrosas con cabellos de sal-
Y entonces venía el antes, con su memoria de agua
que gateaba en las mejillas como un beso.
Y la garra en los dedos, o la ceniza en los ojos,
terriblemente esperanzados en silencio.
O el verde de las aves, o el negro de los perros,
-volubles ninfas que adormecen el recuerdo-
II.
Y había entonces demasiada transparencia
que cegaba la inocencia en los espejos.
Porque tú lanzabas piedras como plumas de gaviota
que humedecen la conciencia y vuelan lejos.
Y entonces, era la hora de mojarse los sueños,
con gotitas de infancia lloviznando desnuda,
sobre el rubor translucido de un parque sin dueño.
III.
Pero extendías la mano, ahí,
sobre el lugar donde los párpados se secan,
y llegaba el can con su millón de sonrisas,
y sus palabras de pupilas siempre abiertas…
Y todo pasaba y explotaba de prisa,
-la sangre en el vaso/el agua en las venas-
Como el murmullo de lava, que emerge y se quema.