sábado, 8 de septiembre de 2007

Miméticos



I
Anteojos…

Porque yo me incrusto gotas en las manos
para guardar la sed que llueve al hombro,
cuando vos te adornás, de hojas la piel.

No sabemos ver detrás del muro.
Horizontal se cuela a nuestra espalda
el viento,
y trae peces, corales sedientos,
que nos siembran de mares la humedad
y la sien.

II
Yugular…

Recorre la linfa el espesor de la carne.
Abajo del cuello un habitante extraño:
-palpita, duplica, me muerde las venas-
Y vos sabés que yo no tengo más filos
para cortar el aura y las siluetas malsanas,
que me dispersan inmune entre los lobos/gusanos
que me presagian infatúa
entre dos piernas
y vos.


III
Mimético…

Porque yo me hago humo que sopla el llanto
y se transforma
en figuritas celestes de duendecillos
absurdos,
que te surcan el aire
cuando fumás de mi.


IV
Adagio…

Imposible fraccionar el sueño.
Y vamos danzando en cuadraturas perpetuas,
de contrastes inciertos en ciudades ajenas,
que celebran febriles su futuro borroso,
-reflejo de ojos, ilusos, ingenuos-
que habitan flotando la mancha/pared.


V
Eco…

¿Escuchás?

En la superficie del agua rebotan las voces,
y caen muertas, como gaviotas desnudas
al hondo abismo de una boca plural.

Y yo que no sé describir los momentos
en que me vuelvo vaso inmaterial de sustancias,
que inflaman inquietas las luces del alba,
cuando me miran de lejos y me traen
distancias, que de vos y de mí,
hoy se han vuelto
a romper.

Ïndigo


Que nadie me despierte…

Han cerrado las hojas la beldad del agua,
y yo tengo sueño de caer
desnuda,
entre las ramas impares
y dos bocas erizas
de purgar el mar entre los cuerpos
purpúreos,
y las sombras balantes
de mil gestos
y un yo.



(…)


Ha dejado de llover hoy tantas veces
y las gotas siguen su discurso girante
de siluetas doradas, de vidrios acuosos,
-horizontales, dispares, mojando las rocas-
en una danza lúgubre de rezos y amor.



(…)


Ha dejado de soplar la espuma…

Y cae el árbol…

.
.
.

Y tenemos aquí un nicho moroso,
-de válvulas rotas, tricúspides, rojas-
que nos detiene el reloj
entre las uñas
y un arma,
para no tragar al filo la gaviota
oscura,
que nos lava la sed
y nos defiende
al morir.


(…)


Que nadie me despierte…

Shhhhh…

Atrás del espejo me sueñan esferas,
-yo resbalo, avanzo, resbalo-
bajo el parpado lácteo
de una virgen de carne,
que me zurce las piernas
y dormita a mis pies.



(…)


¿Quién me espera atrás de mis pasos?

Acaso he de conjurar violines
y contornos parlantes,
para que no me hieran en la espalda
-las voces-
de corrientes silvestres
o linfas difusas,
que apuntan lumbares al dorso quebrado
-bosquejo, mortaja, hilo roído-
en esta claridad dispersa y fogosa
de carnes y manos,
espejos y el surco
del grito que nace
rompiendo las hojas,
bebiendo pupilas,
-frotando mi sed-


(…)


Shhhh…

Una mirada conspira mis dedos.
A lo lejos un perfil tiene mi rostro y llora.
La ventana me observa, tiembla.
-y calla-

Y yo temo a los ojos que diluyen la sangre
y a las dantas moradas que me violan en sueños,
cuando no hay nadie que me tome los pasos
y me lleve a una orilla de semillas turquesas
donde nacen inocuos los barcos de piel.


(…)

Que nadie me despierte…

Hemos vivido ya y hemos muerto.

Y aquí abajo sólo quedan fantasmas,
-demonios, ángeles, laicos incestos-
que se reflejan ficticios
ante el clamor erecto,
del índigo niño
que hoy muere
al nacer.



Malva


Hay un repique de perfiles dilatados:
pequeña huella de lustrosas golondrinas,
carnaval lúbrico de dedos enjaulados.

Al guiño el ojo no desnuda la ventana
y un múltiple sonido se dispara.
Cae el cielo dibujando nubarrones:
cortina de aire que nos llueve
en los resquicios,
gemidos tácitos, espejos pupilares,
jardín/costilla de una piel
bajo la carne.


()


Yo, lúgubre faz incandescente indefinida
de areola, ninfa u obsidiana neonata;
agreste espuma del mosaico enrojecido,
febril remanso de dos senos circulares.

Tú, en cruz de hojas y de sales cavernosas,
embrujo táctico de torres fulgurantes;
costado/abrigo del relámpago hasta el nácar,
susurro alado y litoral de perlas rotas.



()


(Antifaz, gaseoso, huracanado,
vértigo, semilla, útero, cabo… )


Porque caemos deduciendo los cristales,
-mineral, asbesto, pupa, cama-
crisálidas fundidas, dislocadas,
abajo en la humedad de trébol y agua;
paladar blanco de lactantes estallidos,
perláceo resplandor de nube y larva.

Porque surgimos abduciendo los contornos
-músculo, cobre, licor, manzana-
del centro secular de un mar o un cuerpo:
(parcela angosta de sudores amatistas)
al redoble de los pliegues divisores
de tu piel y de mi piel:

...cópula malva.


Réquiem


-->
Huellas…
y ya no hay luz que ciegue el abismo,
y aquí, todos callamos, y callamos con Dios.


I.
Una imagen, dos sonrisas, una niña
y la sangre que no calla y nos profana el ojo:
refugio onírico de inmadurez traslucida,
de gota antigua que nos perfora el cráneo
y nos perdona o no.
Y a veces lloramos, y aquí nadie esconde
la cortina amarilla que le nubla inmóvil
la estreches del halito/murmullo rabioso,
del silencio que grita desde un grito al dolor.


II.
Sí, porque no hay gritos que despierten fantasmas
bajo la cama morosa, o el gato que duerme,
o la araña furiosa que no sabe aquel nombre,
que no canta y desploma sus fauces nacientes
bajo dos piernas sin carne, bajo dos labios sin luz.
O el brazo que gime lo que carga el naufragio:
los ojos, sus ojos, los tuyos, el árbol,
los dientes, las uñas, un golpe, tu frente,
-el cielo baldío- y todo empieza -la muerte-
y todo acaba entre las aguas y el sol.
Y tú no escuchas, porque abajo las campanas
tienen hilos rojos y goteantes de formas;
de esquelas valvas que nos gritan mil lenguas,
como cantares pálidos de yeso y de arroz.



III.
Pero aquí, nos guardamos el cincel en las huellas
que nos dibujan las piernas, pequeñas/inciertas,
bajo el temblor lechoso de dos miedos púbertos
a un adagio mestizo de lentejas y cal.
O en la espada lasciva, que nos guiña barroca
el orco menguante de la virgen menstruosa,
que nos adentra a su lecho, estéril de incestos
con demonios cobrizos entre ángeles muertos,
o de manos sangrantes en las sienes violadas,
sobre el mundo acuoso de este barco en la piel.


IV.
Porque no se puede decir No
y el Sí, derrama y abajo dispersa,
una llovizna sacra de sueños morbosos,
de vocecitas sutiles entre rostros desnudos,
de nombres de fechas, y una boca y tu frente,
-y el cielo baldío- y todo empieza -la muerte-
Y no hay oídos que cieguen abismos,
y no hay diluvios, y ya no hay mundo,
aquí, ya no.